En el siglo V A.C. llegó el clasicismo, considerado por muchos autores como la época cumbre de la actividad artística y cultural de la antigua Grecia. El realismo se apodera de la escultura, se distingue entre pierna de apoyo y pierna libre, entre carga y descarga, aparece el  equilibrio en movimientos contrapuestos de los brazos y las piernas, la toma en consideración de los músculos tensos y relajados, inevitables en la representación natural de un organismo humano que adopta una posición determinada.

Los griegos estaban convencidos de que a través de la representación del hombre se podían también transmitir valores ideales: junto a la perfección de un cuerpo sin defectos, la perfección del espíritu, el pensamiento y la acción.

Estas relaciones, realizadas en la práctica, se explicitan teóricamente en el Canon de Polícleto. Este escultor de Argos estudió lo que siempre había preocupado a los escultores griegos, las proporciones del cuerpo humano, es decir, del hombre desnudo de pie. Su planteamiento tomó forma en una de sus obras más importantes, el Doríforo (portador de la lanza), conocido a partir de varias copias romanas sobre el original griego en bronce.

Podemos analizar sus formas a partir de una réplica romana del siglo I d.C. de este atleta victorioso, realizada en mármol sobre una obra perdida de este escultor. Representa a un joven que ha traspasado la pubertad, con un esbelto cuerpo bien modelado y una postura buscada, para lograr mayor efecto, en la que carga firmemente el peso sobre una pierna, elevando así la pelvis y logrando una amplia curva en el torso, acentuada  por la perpendicular divisoria del tórax. El rostro mira hacia abajo, ajeno al espectador, lo que confiere al joven vencedor las cualidades de modestia y templanza.

Un problema para el conocimiento de la escultura griega radica en que la mayoría de esculturas se hicieron en bronce y no han llegado a nuestros días más que a través de copias en mármol realizadas en época romana.

El Doríforo de Policleto. 202x65x74cm - Venta de esculturas

LOS JUEGOS OLÍMPICOS: DISCÓBOLO DE MIRÓN

El culto al cuerpo y la belleza tenía en los Juegos Olímpicos uno de sus máximos exponentes. Los grandes centros olímpicos estaban llenos de monumentos conmemorativos a los vencedores, a menudo obra de escultores famosos. El centro más importante lo encontramos en el  santuario de Olimpia, uno de los cuatro donde se celebraban las fiestas “panhelenas” que unían a todas las gentes de habla griega. Los festivales religiosos solían incluir competiciones deportivas que atraían a los atletas y espectadores de todo el mundo griego, lo que daba a los triunfadores un prestigio incomparable que les acercaba a los dioses.

La estatua del Discóbolo fue probablemente la ofrenda de un atleta que había triunfado en esta disciplina deportiva. Se desconoce si el bronce original estaba en Olimpia, Delfos o en otra parte, pero lo importante es su realización. El artista plasma el momento en el que el atleta toma el impulso para lanzar el disco.

Este instante plásticamente congelado implica el antes y el después, dotando a la representación de una tensión extraordinaria. La proverbial vivacidad de las estatuas de Mirón se refleja en la torsión del cuerpo, en el giro de la cabeza y en el ímpetu del movimiento.

Mirón, que había nacido en Eleuteras, en la frontera del Ática y Beocia, tuvo como maestro a Ageladas, quién se dice que instruyó también a Fidias, cuyo taller estaba ubicado en Olimpia, y a Polícleto. Los escritorios griegos le sitúan en el umbral del realismo, aunque sin expresar emoción.