Color Nemesio Diez
Una tarde de pasión: la final en el Nemesio Diez
¿15?, ¿18?, ¿20 mil pesos? Eran los carteles que se alzaban desesperados en las inmediaciones del estadio, en busca de un boleto para la Gran Final. No importaba el precio. Lo que se vivió el domingo en Toluca no tenía valor en pesos, sino en emociones.
A más de 2,600 metros de altura, la ciudad ardía desde temprano. No por el sol, que apenas se asomaba entre nubes frías y grises, sino por la tensión eléctrica que recorría cada calle, cada esquina, cada corazón rojo. El Nemesio Diez comenzaba a rugir desde horas antes, como si supiera que ese sería el día de un nuevo capítulo glorioso.
El rojo dominaba todo. Las playeras, las banderas, los cánticos. Toluca se vestía de infierno y lo hacía con elegancia. Entre tanta pasión, se colaban con timidez algunos azulcremas, contados, como notas disonantes en una sinfonía roja. Parecían grandes en historia, pero pequeños en presencia. En la tribuna, la nueva Bombonera fue un solo grito de orgullo choricero.
El fútbol, en su máxima expresión con ese ambiente inigualable, el Toluca no falló. En la cancha, los Diablos demostraron que lo suyo no es casualidad. Con autoridad, con inteligencia, con hambre de título, vencieron al América 2-0. Una final soñada, ganada con carácter. Dos zarpazos que encendieron aún más la caldera.
En las gradas, generaciones enteras festejaban: niños con el rostro pintado, parejas emocionadas, veteranos con camisetas históricas de Cardozo o Vicente Sánchez. Todos unidos por ese fuego llamado Toluca.
Porque si algo dejó esta final, es que en el Nemesio Diez no se juega fútbol. Se lucha, se siente, se arde. Y el domingo, el Infierno no solo ardió: consumió al rival y coronó a su Diablo favorito.