Por Karina Elián Salinas
Ya sea las veces en que las llaves se quedan dentro del auto, el retraso en una reunión o que en la tintorería el traje que ibas a utilizar aún no está listo. En fin sólo son un poco de los inconvenientes con los que nos topamos cotidianamente.
Lo cual sucede más a menudo de lo que quisiéramos, algo que podemos hacer es contar hasta tres… respirar… y tal vez despejar por un lapso la mente, y pensar en aquellas ocasiones en que los resultados no fueron los esperados dentro del mundo sincopado.
Intentémoslo, viajemos tiempo atrás hasta el 5 de Febrero de 1969, hasta el escenario del “Club Paradiso” de la Ciudad de Amsterdam , donde “Dexter Gordon”, registraba una de sus mejores grabaciones en directo creando una atmósfera mágica, pero ¿Quién podría imaginar que durante toda la presentación el pianista “Cees Slinger”, luchaba contra un viejo piano al que le faltaban varias teclas?
Y es que los conciertos en vivo siempre tienen sus dificultades, como sucedió el 15 de Mayo de 1953, cuando los asistentes al concierto organizado por la “New Jazz Society” en el “Massey Hall” de Toronto, se preparaban para escuchar a dos grandes gurús del Bebop: “Dizzy Gillespie” y “Charlie Parker”, quién por descuido llegó a Canadá sin su instrumento.
Por lo que los organizadores inmediatamente buscaron como arreglar la situación, pero solo pudieron conseguir en una tienda de instrumentos un saxo de plástico blanco, en ésas condiciones los dos intérpretes llevaron su talento al escenario, convirtiéndose tal evento en una leyenda del Jazz moderno.
Y en muchas ocasiones esos momentos que no están del todo a nuestro favor nos llevan a gratas sorpresas, ese es el caso del saxofonista “Sonny Rollins”, quién en la época que radicó en el “Lower East Side”, de Nueva York se encontraba en constantes aprietos ya que al vivir en un pequeño departamento de solo dos habitaciones sus vecinos se quejaban y no lo dejaban practicar en casa.
Por lo que “Rollins” decidió practicar en un lugar (no muy común) el puente Williamsburg, y es cuando podemos cerrar los ojos e imaginar la famosa silueta del intérprete deleitando con sus notas saxofón en mano, sobre aquel puente que une a Manhattan con Brooklyn.
Y quién podría sospechar que ese acontecimiento daría como resultado un magnífico disco, titulado naturalmente, “The Bridge”.
No cabe duda que todos esos conflictos o descuidos que nos toman por sorpresa tanto en el largo camino de la música como en nuestro día a día, nos llevan a experimentar situaciones que ni siquiera pasaban por nuestra mente al igual que nos enseñan que en ocasiones lo mejor es… “dejarse llevar”.