El equipo azulgrana, rejuvenecido e intenso, vio debutar a Koundé, explotar a Raphinha y maravillar a Lewandowski, que marcó hasta de tacón

La ilusión por lo nuevo se palpa en el barcelonismo. El estadio está viejo pero su gente tiene ganas de entusiasmarse atraída por un equipo repleto de cromos sin gastar, con escaso rastro ya de las viejas glorias que tanto dieron pero a las que había que invitar a reflexionar. Es ley de vida. Solo el intocable Sergio Busquets compareció en el once titular dispuesto por Xavi Hernández. Resultado en el campo: un equipo intenso y hambriento, con mucho fichaje (el inscrito Koundé, Raphinha y Lewandowski), mucho joven (Eric Garcia, Balde, Araújo, Gavi, Pedri, Dembélé…) y por tanto buenas dosis de piernas. Resultado en el marcador: 4-0.

El Barça ocupa la parte alta de la clasificación con siete puntos de nueve mientras se construye. O se reconstruye, según se mire. Buena señal. El Spotify Camp Nou se lo pasó bien. Se superaron con creces los 80.000 espectadores y el líder de la banda ha sido localizado. Robert Lewandowski fue aclamado y metió dos goles, el segundo de tacón.

Había pedido Xavi a su equipo en el vestuario salir “en tromba” a por el gol para evitar que el partido se pareciera al del día del Rayo, con aquel 0-0 roñoso del debut en la Liga. Sus jugadores obedecieron. La puesta en escena fue un asedio a la portería de Masip, un goteo de ataques insufrible para el Valladolid. Comandó las operaciones Raphinha, a quien Xavi sentó en Anoeta pero, vista su actuación, tardará en volver a hacerlo.

El brasileño, partiendo de la banda derecha muy pegado a la línea de cal, hizo lo que se le demanda a un extremo en un 4-3-3: buscar el desequlibrio a través de paredes con su interior (Gavi), con su lateral (Koundé), mediante el dominio del regate (lo tiene) o buscando al delantero centro. Lo bordó en todas las facetas. En el minuto 11 ya encontró a Lewandowski con un centro que el polaco cabeceó acrobáticamente. Entre el poste y Masip le negaron el gol.

Pero Raphinha persistió. Primero con una aventura individual que forzó una nueva intervención del portero catalán de los pucelanos en un balón raso y después con la acción que rompería el marcador. Recibió disciplinadamente en su carril, puso a funcionar el radar, detectó el desmarque de Lewandowski y le envió una rosca kilométrica que acabó penetrando en el área para que el polaco la rematara. ‘Timing’ perfecto, como se dice ahora.

Dembelé entró en combustión por mimetismo y se puso a competir con Raphinha desde el otro costado. Al francés hay que contabilizarle un disparo al poste y una jugada a lo Messi que blocó Masip. El 2-0 partió de una recuperación en defensa de Araújo que Dembélé aprovechó para correr y visualizar a Pedri entrando por el eje tan campante. El canario fusiló. El Camp Nou disfrutaba. El Valladolid, frustrado sin poder acercarse a Ter Stegen, lo buscó desde su casa con un disparo utópico de Sergi Guardiola que se fue alto.

Tras una breve fase de contención la segunda parte tuvo también miga. Xavi, con mucho banquillo, fue introduciendo paulatinamente a futbolistas como Ansu Fati, Frenkie de Jong, Sergi Roberto, Kessié y Ferran Torres, agradeciendo el trabajo de la dirección técnica, que para eso estaba. Y se notó. Después de una clara ocasión en un córner de Eric Garcia, cada vez más consolidado por cierto, llegó un vendaval de ocasiones rubricado por una obra de arte de Lewandowski quien, perseguido por un defensor y escorado, decidió sacarse de la chistera un toque de talón que nadie esperaba y acabó en el fondo de la red. Hace años la afición hubiera poblado de pañuelos la grada para celebrarlo. Ya no se hace.