Color Ferrari: La escudería que nos enseñó a soñar, hoy no recuerda cómo ganar
Por: Gerardo Padilla Huitron
Hungaroring fue un horno para Ferrari. Las altas temperaturas del Gran Premio de Hungría no sólo derritieron neumáticos, también fundieron las esperanzas de una escudería que llegó con ilusión… y se fue en silencio. Charles Leclerc, que había deslumbrado el sábado con una pole inesperada, terminó deshecho emocionalmente. Lewis Hamilton, por su parte, dejó una frase que aún resuena como un eco incómodo en el paddock: “Vamos a ver”.
Tres palabras. El hombre de siete títulos, el refuerzo de Maranello para 2025, lucía más perdido que nunca. “Vamos a ver”, respondió con los ojos cansados cuando ESPN le preguntó si volvería con más fuerza tras el receso. No fue una declaración: fue un diagnóstico. El de un piloto que llegó a encender una revolución roja… y terminó apagando fuegos que no empezó.
Hamilton partió 12° y terminó 12°. Ni un punto. Ni un consuelo. Ni una excusa. Ya el sábado, tras caer en Q2, había dejado una autocrítica que dolió tanto como sorprendió: “Soy inútil, absolutamente inútil”. Y cuando le preguntaron qué se podía hacer, su respuesta fue un misil cruzado: “El otro auto está en la pole, así que probablemente deban cambiar de piloto”.
El otro auto, claro, era el de Leclerc. Pero ni con pole el monegasco encontró el milagro. En la vuelta 53, explotó por radio: “Esto es increíblemente frustrante. Hemos perdido toda competitividad. Sólo tienen que escucharme”. La rabia contenida del sábado se convirtió en un grito desesperado el domingo.
Perdió ritmo. Perdió posiciones. Perdió la paciencia. Cayó fuera del podio, fue superado por George Russell y encima penalizado por una maniobra defensiva. Lo que parecía un día de redención terminó en saldo rojo para Ferrari.
“No hay nada que hacer. Perdimos 45 segundos en las últimas 30 vueltas. Estoy decepcionado, muy decepcionado… pero así son las carreras”, dijo Leclerc al final, con resignación de veterano y no con la chispa del joven que prometía títulos.
Lo cierto es que la apuesta de Ferrari por Lewis Hamilton se está tornando en una novela amarga. Lo que comenzó como un cuento de hadas, hoy parece una tragedia en capítulos.
Y mientras McLaren festeja otro doblete con Norris y Piastri como protagonistas del presente, Ferrari sigue encerrado en su laberinto de errores, nervios y declaraciones punzantes.
En Hungría hubo calor, hubo carreras, hubo velocidad. Pero lo que más ardió… fue Ferrari.
Ferrari no es solo un equipo. Es una bandera, un himno, un templo dentro de la Fórmula 1. Hablar de Ferrari es hablar de pasión pura, de historia escrita en rojo, de Enzo, de Lauda, de Schumacher. Verla así – rota, confundida, sin respuestas ni rumbo – duele más allá del fanatismo. Duele porque Ferrari representa lo que muchos soñamos de niños: correr por algo más grande que uno mismo.
Y hoy, en medio de frustraciones y radios llenos de enojo, la escudería más icónica del automovilismo parece haberse olvidado de quién es. Tal vez no haya nada más triste en la F1 que un Ferrari sin alma.