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Como a muchos otros en todo el mundo, la vida le dió muy poco cuando era niño, apenas lo indispensable o incluso menos. Y él,  como sus hermanos, sus amigos y sus vecinos, debió saciar su hambre con otro alimento: el fútbol.

Todas las carencias se olvidaban jugando a la pelota, con los pies ocupados en hacer magia, esa con la que nació sin saberlo, sin pedirlo, sin comprenderlo, porque en su imberbe inocencia pensó que todos podían hacer lo mismo que él, sin darse cuenta ni siquiera de que era un privilegiado, único y especial, hasta que la gente que ni lo conocía comenzó a acercársele para disfrutar de sus dones y algunos también para aprovecharse de ellos.

Por eso, por la eterna lucha entre el bien y el mal que le acompaño en su vida y en su carrera, es que Diego Armando Maradona siempre vivió y jugó al límite, sin espacio para la calma y la tranquilidad, con la única idea de ganar y seguir ganando, sin pausa, sin aire puro que respirar porque su entorno poco a poco se llenó de humo y falsedad.

Mientras su calidad lo llevó a todos lados, para jugar, competir, ganar y conquistar, su consciencia dejó de percibir la realidad y su conciencia de distinguir el camino correcto.

Y cómo no iba a ser así cuando casi nadie le decía lo que no deseaba escuchar. Si nadie cercano le hacia ver más allá de los elogios, de la fama y de la fortuna, esas dos amigas tan apreciadas como peligrosas, tan deseadas como ingratas, tantas cosas que de niño,  Diego ni las imaginó porque en Villa Fiorito ni sabían que existían. 

Su carácter, fuerte e indomable, lo volvió entonces necio y aunque sus valores intentaban aflorar por cualquier rendija, el muro infranqueable de la insaciedad fue más poderoso y lo más importante para el “Pelusa” dejó de serlo y su familia como la pelota quedaron a un lado, en segundo término, sin mancha como dijo él mismo, pero sin que esa magia que emanaba de la sencillez pudiera seguirlo protegiendo de los enredos y de las mentiras. 

Y Diego entonces no pudo más. Su cuerpo no soporto más. El no eligió ser un genio ni poseer las grandes habilidades que le hicieron especial, pero si escogió desperdiciarlas y no tuvo a nadie cerca y a tiempo, para darse cuenta de su error. 

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