Desde hace mucho tiempo el tenis mexicano no ha podido encontrar el rumbo adecuado para desarrollar este deporte en un país con mas de 130 millones de habitantes y el primer gran obstáculo para lograrlo es que tampoco ha hallado a la(s) persona(s) adecuada(s) para idear, armar, desarrollar, dirigir, supervisar y sobre todo financiar un verdadero proyecto a corto, mediano y largo plazo, con objetivos ambiciosos pero también realistas y con la pasión y el amor a esta disciplina y además el conocimiento necesario y suficiente así como la honestidad para no renunciar bajo ninguna circunstancia ni tratar solamente de sacar un provecho personal o individual.

Por eso, ahora, con el nuevo cambio en la Presidencia de la Federación Mexicana de Tenis, tras la vergonzoza salida de José Antonio Flores Fernández, señalado y repudiado prácticamente por todos los sectores que conforman dicho organismo, y con la llegada aunque sea de forma “interina” de Mario Chávez Casas, no puede uno negar que otra vez la ilusión ilumina nuestro rostro ante una nueva etapa llena de buenas intenciones ante un panorama desolador, aunque en el que a nivel nacional tal vez todo pareciera estar en su lugar sin ser así y porque a nivel internacional seguimos (y me incluyo porque soy mexicano) muy lejos de los grandes niveles, de la élite, de los mejores exponentes, de las grandes competencias pese a los esfuerzos aislados e individuales muy loables de los organizadores de los Abiertos de Acapulco, Monterrey o Los Cabos, o de las aisladas alegrías de jugadores y jugadoras como Renata Zarazúa, garbanzos de a libra que brillan por esfuerzo propio pero que no alcanzan para hablar bien de esta disciplina en nuestro país y que no son exitosos precisamente por ser parte de una buena estructura nacional de competencia y mucho menos de formación a edades tempranas. 

El tenis mexicano ha perdido mucho tiempo, demasiado diría yo, entre el proceso de las audiencias, de las auditorías, de las campañas y de las planillas, de las votaciones, de los enfrentamientos y las acusaciones, de las descalificaciones y los halagos interesados, pura basura que es como un lastre imposible de levantar y que tiene sumido a nuestro deporte blanco en la mediocridad, sin rastros de verdadera mejoría, con puras buenas intenciones pero pocas, muy pocas alegrías.