La ciudad de Milán se vistió de gala para acoger una velada que prometía embarcar al Milan hacia octavos por primera vez desde la temporada 2013-14. La evidencia resultó penosa. El MIlan no clasificó ni para Liga Europa. Transcurrida la primera parte del partido se hizo evidente que el líder de la Serie A se mostraba impotente para contrarrestar a los suplentes del Liverpool, animados acaso para lucirse ante su entrenador y estirar las piernas en Lombardía. Les acompañaron tres titulares. El portero Alisson y los delanteros Mané y Salah. Demasiado para este Milan sin corazón ni fútbol, presidido por el viejo Ibrahimovic y el indescifrable Brahim Díaz, capaz de brillar en una baldosa y perderse en 50 metros cuadrados de césped.
Un córner mal despejado por Minamino acabó en la red de Alisson. Lo cabeceó Tomori antes de la media hora y por unos segundos el marcador alumbró una fantasía de concurrencia. Puro espejismo hasta que el Liverpool adelantó la presión y desveló que su adversario era incapaz de jugar a un toque en la salida del balón. La consecuencia fue que Ibrahimovic, Brahim, Tonali, Messias y Krunic perdieron cada pelota que tocaron, si es que la tocaron. Nunca pudieron romper el empuje coordinado de los jugadores visitantes, más animosos que ordenados en una sesión que debió remitirles al entrenamiento.
El Liverpool tardó menos de diez minutos en empatar. Había invadido el campo contrario cuando Oxlade-Chamberlain probó con un tiro desde fuera del área. El despeje de Maignan fue al imán de Salah, que desvió la pelota al arco con un toque de bailarín. Durante la hora que siguió el Milan dio una exhibición de agotamiento espiritual y futbolístico ante un adversario que lo dominó sin alardes con un ramillete de canteranos y sustitutos. El Milan languidecía cuando Tomori hizo un mal control en el borde de su área y Mané se lo robó y remató. El despeje de Maignan fe a la cabeza de Origi, que convirtió el definitivo 1-2.